DIGNIDAD CAMPESINA
Por: Alfredo Molano Bravo
Alfredo Molano Bravo nació en Bogotá en 1944. Es sociólogo, cronista, periodista y escritor. Ha recorrido el país hablando con colombianos de los más remotos rincones, dando vida a libros que hablan como pocos de la realidad nacional. En el año 2014 recibió el Doctorado Honoris Causa por parte de su alma máter, la Universidad Nacional de Colombia.
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Los campesinos colombianos han luchado siempre por las tierras para constituirse y para reconstituirse; tierras en manos de los concesionarios, de los terratenientes, de las empresas agroindustriales. La lucha por los baldíos y la explotación de los patrones atraviesa toda su historia. La colonización campesina de Caldas, del Rionegro Santandereano, del Sumapaz, se prolongó en la pelea que dieron los arrendatarios y aparceros en el Tequendama y en el sur del Tolima. Fueron los años de la Violencia, que región por región y al toque del tambor de los partidos tradicionales fue invadiendo la gran mayoría del territorio. Desmontar la tutela política ha costado mucha sangre. Los indígenas arrinconados y sometidos levantaron la cabeza en el Cauca y, pese a las guerras, fueron creando y ampliando resguardos como territorios con autoridades propias. Las comunidades negras, que se refugiaron en las selvas, salvaron su identidad y defendieron sus territorios. En los años sesenta los intereses de campesinos, indígenas y negros confluyeron en una misma lucha: la tierra. La Reforma Agraria, calculada para dividirlos y engañarlos, fracasó en los setenta y una ola de colonización campesina se desató por cordilleras, valles y llanos. Fueron los años de la segunda violencia para impedir la organización de los campesinos, la recuperación de los resguardos indígenas y la constitución de territorios negros. Fueron también los años de la llamada Revolución Verde que introdujo la servidumbre tecnológica amarrada a los paquetes de crédito. Fue una estrategia perversa para sujetar de nuevo a los trabajadores de la tierra al capital financiero; obligarlos a renunciar a sus tierras, al uso de sus semillas ancestrales, imponerles el uso de abonos químicos, fungicidas y herbicidas. En una palabra, desenraizarlos de su tierra y de su cultura.
Por otra parte, los monopolios del comercio de productos alimenticios, de combustibles y del transporte, crearon cadenas poderosas de intermediarios que atrapaban, a las buenas o a las malas, los rendimientos del trabajo campesino. La quiebra de miles de campesinos fue masiva. Con la crisis cafetera que afectó a miles de cosecheros, chapoleros, pequeños comerciantes, florecieron la marihuana, la coca y la amapola, sin duda un componente adicional de la diabólica estrategia para liquidar los derechos de campesinos, indígenas y negros. La represión fue brutal y para hacerla sin implicaciones legales, montaron las fuerzas paramilitares. El producto -como se dice ahora- de semejante crimen fue el destierro de 6 millones de ciudadanos del campo en favor de miles de testaferros que terminaron entregando las tierras despojadas a los patronos que financiaron el terror. Las mejores tierras, baldías u ocupadas por colonos, indígenas o negros fueron negociadas frente a los cadáveres que flotaban en los ríos, que yacían en las cunetas o en fosas comunes. Derramamientos de sangre tutelados por fuerzas oficiales.
La resistencia de campesinos, indígenas y negros, de colonos y de pequeños comerciantes, de gente del común ha sido un movimiento subterráneo. En veredas y pueblos del Urabá, de Caldas, del Macizo Colombiano, del Catatumbo, del Magdalena Medio, de los Llanos Orientales, de las arrasadas selvas del Amazonas y de los ríos del Pacífico se ha venido creando una ola formidable de oposición al espejismo del desarrollo.
Se defienden las semillas tradicionales, se recupera el espíritu y prácticas de la chagra, el trabajo colectivo, la minga, el brazo prestado, la mano vuelta; se abren mercados campesinos en las ciudades, se siembra en los pequeños solares de los barrios populares o en las terrazas. La gente se organiza, recupera su identidad, su memoria, hace su historia. Ocupan trochas y carreteras, calles y avenidas para defender lo que recuperan, pese a la brutalidad de la represión por medio de una nueva tecnología del terror de los Escuadrones Móviles Antidisturbios. En el horizonte nace una nueva bandera: la lucha por el agua -sinónimo de vida- que los distritos de riego de tierras empresariales, la plantación de bosques comerciales con especies exóticas, la explotación minera a gran escala del petróleo, del carbón, del oro, del níquel agotan a pasos agigantados.
En el Macizo colombiano, en el Tolima, en el Catatumbo, en el Cesar, en los Llanos, en Nariño, la gente marcha contra el nuevo intento de desalojo y de robo de los recursos naturales en favor de las grandes transnacionales asociadas con empresas colombianas. La opinión pública, dominada por la información oficial y por los intereses de las grandes cadenas de medios de comunicación, ha permanecido ajena al movimiento social que viene del campo a las ciudades. La gente de la calle ha sido obligada a no mirar lo que está más allá de su oficina, de su barrio, o del supermercado de la esquina. El intento por romper la barrera interpuesta entre estos dos mundos es la orden del día. Con el documental Dignidad Campesina se abren grietas a ese muro para que el país se entere de que un nuevo mundo está en construcción.
>> Fotografía: Congreso Nacional de Tierras en Cali.
30 de septiembre de 2011.
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